Perdemos demasiadas personas por el desorden del tránsito y el nivel de violencia e indisciplina que se desprenden del grado de impunidad en que operamos como sociedad.
Llevamos ritmo adverso a las inversiones materiales que se hacen sobre el territorio nacional para tener más y mejores vías, sin que reaccionemos seriamente sobre ese inmenso problema con múltiples matices.
Nos cuesta en vidas humanas, en el sistema de salud, en la orfandad, en las lesiones temporales y permanentes. Y al final en la industria del dolor.
Hemos insistido en el valor del orden en una sociedad democrática. Los constantes desaguisados deslucen los progresos materiales y espirituales. Y no olvidemos eso, cada vez es peor.