A propósito de la escogencia de los nuevos Miembros del Pleno de la Cámara de Cuentas de la República (CCRD), se ha vuelto a agitar la arena mediática sobre cuál debe ser el mejor perfil de esa posición en una Entidad de Fiscalización Superior (EFS), rectora del Control Externo.
En la institucionalidad democrática de la República Dominicana, los órganos colegiados de control y supervisión, como la Cámara de Cuentas de la República (CCRD), tienen una responsabilidad que va más allá del cumplimiento técnico, sino que entra en una esfera de gestión pública y hasta de aseguramiento del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de Naciones Unidas. Y no nos llamemos a engaño: hay que tener olfato político y mucha capacidad de gestión, pero con visión holística.
Su Pleno no solo debe ser funcionalmente eficiente, sino también políticamente lúcido y éticamente ejemplar. Sin embargo, una problemática recurrente ha sido la designación de miembros sólo observando criterios técnicos, sin las competencias integrales que el cargo exige.
De la lectura del artículo 249 de la Constitución dominicana se colige que este órgano extrapoder debe estar integrado por personas con solvencia moral, competencia profesional y compromiso con el interés general.
Pero, en la práctica, muchas veces se ha privilegiado el tecnicismo puro por encima de la visión integral del rol. Y aunque los conocimientos técnicos son imprescindibles especialmente en áreas como auditoría, planificación, contabilidad o derecho administrativo estos deben canalizarse más desde los departamentos técnicos internos.
El Pleno, por su parte, debe estar constituido por figuras con alto nivel de liderazgo, con visión transdisciplinar, capacidad de consenso y -sobre todo- habilidades blandas que como el trabajo en equipo, la inteligencia emocional, la empatía, la capacidad de negociación y de resolución de conflictos, la comunicación asertiva, la paciencia, la prudencia, entre otras…, le permitan ejercer una verdadera dirección estratégica del órgano, orientados por una visión de desarrollo común.
De hecho, el nuevo paradigma de la fiscalización impulsado por la Organización Internacional de Entidades de Fiscalización Superior (Intosai, por sus siglas en inglés) es totalmente disruptivo, en tanto las auditorías financieras dejan de constituirse en las más relevantes, para dar paso a las auditorías de gestión, de cumplimiento, de ética, forenses, de Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC), ambientales, de obras públicas, de género, de subsidios, entre otras, que brindan mayor información sobre el desempeño de los administradores de los recursos públicos en la consecución de valor público, es decir, en generar bienestar colectivo.
Esto amerita renunciar urgentemente al esquema tradicional y abocarse a una reconfiguración completa, que dé apertura a la conformación de equipos multidisciplinarios entre los que se suman gestores públicos, arquitectos, informáticos, economistas, planificadores, sociólogos, ambientalistas, estadígrafos… De hecho, una EFS tan dinámica como la de México, ya a 2014 había bajado su planilla de auditores contadores y abogados a un 24% del total, para dar paso a otras profesiones menos tradicionales.
Y seamos sinceros: no importa si la persona proviene de una iglesia, de un club social, de un partido político o de una empresa: lo que realmente importa es que posea elevados principios éticos, enmarcados en un manejo abierto y pulcro, lo que amerita sin duda alguna una sólida base de educación familiar en valores. Y en un país donde la mayoría de las familias son disfuncionales, esto es lo que realmente se constituye en un reto…
Recordemos que la actual Cámara de Cuentas salió de la “sociedad civil” y ha sido netamente decepcionante. Este error de diseño humano ha llevado a múltiples crisis internas, parálisis institucionales y a una pérdida de confianza ciudadana. No basta con que los miembros del Pleno “sepan”; deben tener interiorizado el deber ético de representar al pueblo con madurez, visión de Estado y un profundo sentido de lo público.
De lo que se trata es de buscar personas con integridad y sensibilidad social. Y estas sí aparecen en todos los órdenes sociales, incluso políticos: como ejemplo miremos a políticos como Juan Bosch, o a don Milton Rey Guevara, quien fue canciller, secretario de Trabajo y excelente presidente del Tribunal Constitucional, al que nadie en su sano juicio puede señalar … la verdadera encarnación de los reales fines de la política, en tanto consagración tipo sacerdocio por la sociedad. Amén de que no se puede prohibir lo que la Constitución no prohíbe (diferente para el Poder Judicial y el Ministerio Público), una persona con integridad se mantendrá así, sin medrar a qué estamento social pertenezca.
No importa si las personas provienen del Congreso, la academia, las ONG, un partido político o el sector empresarial; si no poseen valores éticos arraigados como cultura de vida y ejercidos con coherencia en la esfera pública, difícilmente resistirán las tentaciones del cargo ni ejercerán con entereza frente a las presiones.
Como ciudadanos, nos corresponde exigir que desterremos el viejo esquema, para abrazar el nuevo paradigma de fiscalización. Y como Estado, urge establecer criterios más modernos en la evaluación integral para la selección de quienes, desde el Pleno, tienen el deber de fiscalizar con pulcritud, valentía y profundo respeto a la Constitución. De hecho, una pregunta que yo les haría a los candidatos sería cómo disiparían la presión interna que de seguro encontrarán en un ente que básicamente tendrán que reconstruir desde los cimientos, entregando resultados en el menor tiempo posible… Y para esto hay que conocer bien a la CCRD, pues es una entidad única y bien compleja.
La buena noticia, es que entre los quince (15) candidatos incluidos en las ternas por la Cámara de Diputados sí hay personas que cumplen con estos criterios. Porque sin liderazgo ético en los órganos de control, la democracia se debilita. Y cuando la democracia se debilita, la corrupción se fortalece.
Por Wandry Méndez