Hemos vivido con el recelo del autoritarismo y la normalización de las irregularidades. Así asumimos colectivamente que las leyes no son para nosotros o que las podemos acomodar a conveniencia.
Y no es posible vivir así en ninguna sociedad que no se convierte en un caos. Lo peor es que el liderazgo en todos los órdenes parece haberse acomodado en esa postura. Nadie parece querer asumir la responsabilidad de hacer cumplir la ley como regla general de una sociedad organizada.
Lo ilícito parece normal. Y a fuerza de la realidad, todos lo asumimos como algo admitido y regular. Eso va desde desconocer el ordenamiento legal como la promoción de la impunidad como norma.
Es un dilema que debemos resolver.