En las últimas semanas, diversos sectores de la sociedad —civiles, políticos, religiosos y otros— han expresado su preocupación por el contenido difundido en los medios digitales. Se ha levantado una ola de críticas y propuestas que buscan censurar plataformas y restringir la información, bajo la premisa de que esto solucionaría el problema actual. Sin embargo, esta medida es, quizás, el remedio menos efectivo para la enfermedad que intentamos combatir.
La pregunta clave es: ¿cuál es el verdadero problema? No se trata solo del contenido que circula en las redes, sino de la democratización de la tecnología y la información en todas sus formas. Hoy en día, cualquier persona con un teléfono móvil puede grabarse y hablar de cualquier tema, sin importar su formación o conocimientos. Es así como individuos sin estudios en medicina pueden dar «consejos» sobre cómo curar enfermedades, o cómo quienes no han estudiado leyes opinan con autoridad sobre asuntos jurídicos. El acceso ilimitado a las plataformas digitales ha convertido a muchos en supuestos expertos, con audiencias que, en ocasiones, son aún más ignorantes que ellos sobre el tema.
No estamos ante un problema de contenido, sino de consumo. Cada persona tiene la libertad de elegir qué ver, qué creer y qué compartir. Intentar regular lo que se publica en los medios digitales es un esfuerzo sin resultados, porque el problema no es lo que se difunde, sino lo que la gente elige consumir. Los medios tienen el derecho de promover sus ideas y agendas, pero como ciudadanos, como padres y como miembros de la sociedad, nuestra verdadera responsabilidad es establecer controles en nuestro propio entorno.
El circo sigue en pie mientras haya público. Si dejamos de prestarle atención, se verá obligado a cerrarse. La solución no está en controlar lo que otros publican, sino en aprender a gestionar lo que nosotros vemos, escuchamos y compartimos.
La democratización de la palabra
Este fenómeno no es nuevo. A lo largo de la historia, la democratización del acceso a la información ha sido un tema de debate. Para entenderlo mejor, podemos recurrir al filósofo Jürgen Habermas, quien en su obra Teoría de la acción comunicativa (1981) plantea la idea de la razonabilidad de lo público. Extrapolando este concepto a la actualidad, encontramos un paralelismo con la democratización de la tecnología y la información.
En este contexto, es oportuno citar una reflexión de Jorge A. Subero Isa, publicada en la red social X:
«Prefiero el desbordamiento de las mentiras que se dicen por las redes sociales a que se restrinja la verdad. La ley nos protege contra la difamación y la injuria. Señores, los tiempos han cambiado y todos estamos más expuestos que antes.»
A esto se suma la visión del escritor Umberto Eco, quien advirtió:
«Las redes sociales han dado derecho de palabra a legiones de idiotas que antes solo hablaban en el bar después de un vaso de vino, sin dañar a la comunidad. Ahora tienen el mismo derecho de expresión que un premio Nobel.» (Número Cero, 2015).
Es una realidad que hoy vivimos en una sociedad incontrolable, donde lo malo se normaliza cada vez más y los mecanismos de control tradicionales resultan insuficientes. Ante este panorama, surge una pregunta que cada uno debe hacerse: ¿qué estoy consumiendo en los medios digitales?
La verdadera solución
El control de la información no puede imponerse desde afuera, sino desde adentro. No podemos impedir que existan contenidos falsos, engañosos o dañinos, pero sí podemos decidir si les damos espacio en nuestras mentes y en nuestras conversaciones.
La censura es una cura falsa. No resolverá el problema de fondo, solo lo disfrazará momentáneamente. La verdadera solución está en la educación, en el pensamiento crítico y en la capacidad de discernir lo que vale la pena consumir. Al final, el circo funciona mientras haya público. Si queremos que las cosas cambien, debemos empezar por cambiar lo que consumimos.
Por: Andy González.
Licenciado en Teología