mié. Jun 18th, 2025


La deuda de Estados Unidos se ha elevado a 36, 1 billones de dólares, lo que representa más del 120% de su PIB. Para muchos analistas este monumental compromiso crediticio ya se ha vuelto insostenible; y uno pensaría, que, dada la realidad del país, desindustrializado y con una balanza comercial deficitaria con el resto del mundo, a pesar de su liderazgo en la economía de servicios (77,6% del PIB), la deuda se seguirá incrementando hasta alcanzar el 200% del PIB. Esta reflexión no cae en el marco de la especulación si revisamos un informe de la Universidad de Yale que revela la elaboración de un proyecto de presupuesto que se sometería al Congreso para añadir 3,4 billones a la deuda durante el período 2025-2034 y 15, 3 billones de dólares entre el 2025-2055.

La lectura que se puede hacer a este proyecto es que el endeudamiento seguirá persiguiendo al déficit presupuestario que años tras años se coloca en 2 billones de dólares. La acometida arancelaria del presidente Donald Trump se inscribe también en la lógica de conjurar el déficit y enfrentar la deuda, pues estos aranceles surrealistas y con efecto bumerán buscan equilibrar la balanza comercial por un lado, y, por otro, transferir al consumidor estadounidense el impuesto generado en las aduanas; una particular lógica que no tomó en cuenta el hecho de que EE.UU. compra a otros países la mayoría de los productos que consume, y para revertir esta situación tendrían que iniciar un proceso de reindustrialización que debería ir acompañado de actualizaciones tecnológicas y eficiencia de gestión, herramientas que no compiten con las de China, su principal rival, pues el  país asiático lidera desde el 2019 el registro de patentes; además, y esto es importante, mientras un unicornio tarda años en cuajar como proyecto  en EE.UU., en el país asiático, se logra en meses.

La cuestión es que minar la globalización que impulsaron, ya no es posible. La insularidad comercial anclada en el proteccionismo a que está apostando el mandatario estadounidense, más que devolverle la grandeza a su país, le podría arrancar las fortalezas que aún conserva. El mundo globalizado está perdiendo la confianza en su liderazgo, pues patear el tablero geopolítico irrespetando normas internacionales, desconociendo acuerdos comerciales, como el que renegoció con sus pares norteamericanos Canadá y México, y agrediendo a sus aliados y socios comerciales tradicionales, como a la Unión Europea y a los occidentalizados asiáticos Corea y Japón, le ponen los pies fuera de la nueva dinámica marcada ya por los países emergentes, al frente de los cuales está la nación de la Gran Muralla, que lidera, a través de la Franja y la Ruta, el nuevo comercio mundial con relevante papel en la cadena de suministro; que reinventa el sistema financiero e imprime un sello distintivo a la diplomacia, reflejado en un discurso sin coerción ni amenazas, pero que muestra una disposición a defender a cualquier costo un orden internacional justo y sin injerencias.

En este contexto disruptivo,  nuevos elementos coadyuvan a la redefinición de las relaciones económicas y financieras que acompañan al resto de las actividades planetarias; por ello la extraña alianza de los mayores tenedores de bonos del tesoro de los Estados Unidos -que se desprenden de ellos-, Japón y China, que se han reunido, primero, con el objetivo de hacerle frente a los aranceles de Trump, y segundo, para advertir sobre la garantía de los compromisos de deuda ante la rebaja de la calificación crediticia hecha por Moody’s de “triple A” a “Aa1” que ha disparado al 5% los intereses de los bonos, una revaloración que se suma a la desconfianza que ya venía experimentando el dólar luego de las sanciones a Rusia que provocaron que muchos bancos centrales comenzaran a sustituir sus reservas en moneda estadounidense -que con estos movimientos se devalúa- al oro.

POR MANOLO PICHARDO

*El autor es miembro de la Dirección Política de la Fuerza del Pueblo (FP) y secretario de Asuntos Internacionales. Expresidente del Parlacen y de la Copppal.

 





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