sáb. Abr 26th, 2025


El 30 de mayo de 1961, las balas que atravesaron el cuerpo de Rafael Leónidas Trujillo no solo pusieron fin a una de las dictaduras más sangrientas del continente, también abrieron una caja de Pandora que, más de seis décadas después, sigue desbordando dudas, verdades a medias y silencios demasiado convenientes.

La historia oficial es clara y repetida hasta el cansancio: Trujillo, el dictador megalómano, fue ajusticiado por un grupo de valientes patriotas que se cansaron del abuso. Pero cuando rascas más allá del discurso institucional, empiezan a brotar otras verdades. Y cuando el silencio de los poderosos se rompe –como pasó con los archivos desclasificados del gobierno estadounidense– entiendes que detrás de la caída del tirano hubo más cálculo que justicia.

La CIA sabía. Y más que saber, empujó.

Los documentos desclasificados bajo la presidencia de Bill Clinton y otros posteriores vinculados al Assassination Records Review Board revelan que la Agencia Central de Inteligencia (CIA) tenía conocimiento detallado de los planes para eliminar a Trujillo. No solo sabían: apoyaron. Armas, vehículos y respaldo logístico circularon por manos dominicanas con el visto bueno de intereses extranjeros que ya no veían en Trujillo un aliado útil, sino un estorbo incómodo.

¿Querían salvar a un pueblo? No. Querían salvar sus negocios.

Trujillo, con todos sus excesos y crímenes, había comenzado a incomodar a Washington. Nacionalizó empresas, amenazó con tomar control del azúcar y se convirtió en un foco de tensión en plena Guerra Fría. Su muerte fue una operación quirúrgica geopolítica.

¿Y las Mirabal?

A las hermanas Patria, Minerva y María Teresa las lloramos como símbolos de resistencia. Y lo fueron. Pero hay una versión que no ha sido contada en voz alta: que Trujillo no dio directamente la orden de matarlas. Que quienes planearon su caída sabían que un crimen de ese calibre, tres mujeres asesinadas brutalmente, sería el detonante emocional perfecto para voltear la opinión pública contra él. Y funcionó.

No es una defensa. Es un intento de entender que el poder se mueve en sombras, que la historia no siempre la escriben los más justos, sino los que mejor manejan el relato.

El fin del hombre, no del sistema

Tras la muerte de Trujillo, su sistema no cayó de inmediato. La maquinaria siguió funcionando, reciclando nombres, lavando culpas, reinventando rostros. Algunos de los asesinos del tirano fueron también verdugos en su régimen. ¿Héroes? ¿Oportunistas que cambiaron de bando a tiempo?

La historia dominicana no necesita más estatuas. Necesita honestidad. Y la honestidad empieza por aceptar que Trujillo no cayó solo. Lo empujaron. Y entre quienes lo empujaron, hubo quienes también mancharon sus manos de sangre mucho antes de que él exhalara la última.

Epílogo para una generación que despierta

Este país tiene una deuda pendiente: dejar de repetir la historia como catecismo. Rafael Leónidas Trujillo fue un dictador. Pero también fue un peón más en un tablero donde los movimientos se decidían lejos de esta isla. Su caída no fue solo justicia. Fue estrategia.

Y si no aprendemos a ver esas capas, seguiremos repitiendo los errores que tanto nos ha costado sangrar.

Por Ann Santiago

La entrada Trujillo: El verdugo o el chivo expiatorio se publicó primero en El Nuevo Diario (República Dominicana).



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