lun. May 19th, 2025

La población dominicana despertaba horrorizada esa madrugada aciaga del pasado martes, 8 de abril.

Cada dominicano sentía como dolor propio la tragedia, la aparición de cuerpos destrozados y sobrevivientes con lesiones graves.

Los gritos de familiares y allegados llegaban hasta lo más profundo del alma de los millones de seres que fuimos testigos, aun a distancia de esa monumental tragedia.

Desde el primer instante la tristeza se esparció como reguero de pólvora por calles, avenidas, centros comerciales, modestos colmados y tiendas, oficinas públicas, fue como una epidemia fulminante que nos arropó y no hemos logrado desprendernos de ella.

Resultaba lastimoso esa frialdad y solemnidad con que los anunciantes de «la muerte» en el Inacif anunciaban la identificación de un cadáver, para inmediatamente cosechar altisonantes gritos de dolor.

Ese olor nauseabundo tan propio de los cadáveres en descomposición, inundaba por doquier ese lugar de desconsuelo y desesperanza.

La televisión local e internacional fueron sumamente diligentes y activas en cubrir todos los incidentes de los velatorios y entierros de las víctimas, pero sólo de los prominentes y destacados, comenzando con esa gran estrella del canto popular, Rubby Pérez; el ex pelotero Octavio Dotel, el hijo del ministro de Obras Públicas, Eduardo G. Estrella y su esposa Alexandra Grullón.

Salvo las exequias del grupo de ciudadanos de Haina fallecidos y la gobernadora de Montecristi, Nelsi Cruz los demás no recibieron la atención de los medios de comunicación.

Todos fueron a divertirse, a celebrar cumpleaños, aniversario de bodas, a recordar la alegría merenguera de su patria. Y los camareros y encargados de seguridad, que como siempre hacían de tripa corazón para brindar el mejor servicio.

Nos dolió aquellos médicos, ingenieros, funcionarios públicos,  turistas internacionales y todos en sentido general que perdieron su vida en medio de la alegría.

Desde ese martes 8 de Abril, las calles, casas, edificios parecían que alojaban la tristeza colectiva que arropaba a todos, silenciando toda manifestación de celebración y alegría.

Las noches parecían lúgubres, más oscuras que nunca y cada ciudadano portador de un número especial de pena.

La solidaridad del pueblo dominicano se puso de manifiesto y acuñó el negro y el silencio como normas de vida.

Los éxitos de Rubby Pérez fueron las únicas manifestaciones alegres de estos días, en honor al ídolo popular caído en el desastre.

Los muertos todavía no estaban enterrados y las causas del siniestro las recitaba con propiedad hasta un niño de 8 años.

Ya un organismo oficial certificó lo que todos sabíamos.

Como expresaba el doctor Porfirio Cabral, especialista en emergencias y desastres, entre los deudos y sobrevivientes sobrevivirán heridas psicológicas que nunca cicatrizarán.

Esta Semana Santa que celebramos a los pocos días de la tragedia, está marcada por la tristeza y la apatía de los ciudadanos a visitar playas y ríos.

Aunque oficialmente no hubieran prohibido la difusión de música en lugares públicos, las bachatas, salsas, merengues quedaron para cuando las tristezas hayan desaparecido de nuestros corazones.

Por: Fernando Despradel.

Source link

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *