Nos falta definir con claridad una política migratoria, primero que nos permita tener el control de quienes entran y viven legalmente en la República Dominicana. Después tener la certeza de que las normas se cumplen fielmente.
No podemos tener miedo a la migración, ni mucho menos generar sentimientos xenofóbicos contra los extranjeros. Y, obviamente, hay que terminar con la corrupción que se ha desatado con el tráfico de personas, sobre todo, en nuestra frontera con Haití y en los campos y las ciudades procurando localizar a quienes tienen un estatus irregular.
Haití es nuestro vecino y como ocurre en todas las fronteras que separan países, las relaciones oscilan entre colaboraciones y conflictos.