Cómo una mafia de seguridad devoró el presupuesto y dejó las calles desprotegidas
Otra vez la misma historia, otro escándalo, otro operativo con nombre de animal. Esta vez le tocó a Lobo. Y no, no es ninguna sorpresa. Porque en este país ya no hay redes de corrupción: hay sistemas enteros diseñados para saquear, disfrazados de instituciones.
Según el Ministerio Público, más de 300 pruebas confirman que una red de militares, policías y empresarios —todos con traje, rango y sonrisa de funcionario decente— se dedicaba a vender seguridad como si fuera un negocio privado. Escoltas fantasmas, empresas de maletín, contratos inflados, sobornos repartidos como si fueran bonos de Navidad. Y mientras tanto, la gente en los barrios durmiendo con un cuchillo debajo de la almohada.
¿Hasta cuándo se puede seguir hablando de “Plan de Seguridad Ciudadana” cuando los mismos que deben proteger están ocupados robando? ¿Hasta cuándo vamos a tragar discursos de “cero impunidad” mientras vemos a los corruptos caminar como si nada, dándose el lujo de mirarnos a los ojos sin siquiera bajar la cabeza?
No es solo el dinero que se llevaron. Es la confianza que rompieron. Porque cada peso que se desvió era una patrulla que nunca llegó, una cámara que nunca se instaló, una calle que sigue a oscuras. Es el miedo que siente una madre cuando su hijo sale de noche. Es la certeza de que si algo pasa, nadie va a venir a ayudar.
Y claro, ahora vendrán los comunicados, los “vamos a llegar hasta las últimas consecuencias”, los expedientes de miles de páginas que se pudren en gavetas que huelen a impunidad. Lo mismo de siempre: el show del principio y el silencio del final.
Porque aquí todo se investiga… hasta que se enfría. Todo se sacude… hasta que conviene olvidar.
Y mientras tanto, los verdaderos responsables —los que permitieron, los que firmaron, los que sabían y callaron— siguen bien acomodados, esperando que pase la tormenta.
Pero esta vez hay algo diferente. Ya no somos los mismos. Ya no estamos tan dispuestos a hacernos los pendejos. Porque nos duele ver cómo la seguridad se volvió un negocio. Cómo el uniforme se convirtió en disfraz. Y cómo nos siguen robando a cara descubierta.
La operación se llama Lobo. Pero el verdadero peligro no está en el nombre. Está en la costumbre de normalizar lo podrido. Está en el eco vacío de una promesa que ya nadie cree: “cero impunidad”. Porque si algo ha quedado claro, es que en este país, el único que no tiene quien lo cuide… es el pueblo.
Por: Ann Santiago.