lun. Jun 9th, 2025


Pasaron las elecciones. Se bajaron las banderas, se recogieron los afiches, se repartieron los cargos. ¿Y el pueblo? Ahí está. Donde siempre. Viendo pasar gobiernos como quien ve pasar guaguas llenas: sin poder montarse.

La palabra “reforma” vuelve a sonar. Reforma judicial, reforma policial, reforma del Estado. Siempre suenan. Y siempre terminan igual: en papeles, en promesas, en comisiones que no reforman ni su agenda de reuniones.

Aquí nadie quiere cambiar el sistema. Solo quieren turnarse en él. Porque el sistema funciona… para ellos. La impunidad sigue intacta, la corrupción se cambia de apellido, y la institucionalidad es un decorado: bonito por fuera, hueco por dentro.

Lo que jode no es que prometan y no cumplan. Lo que jode es que lo hacen sin vergüenza. Como si la gente no se diera cuenta. Como si el pueblo fuera ciego, mudo y bobo.

Pero no. Lo que pasa es que el pueblo está cansado. Y el cansancio no siempre grita. A veces se acumula. Y cuando revienta, no hay reforma que lo aguante.

El nuevo gobierno entra con promesas recicladas: “más transparencia”, “más justicia”, “cero corrupción”. Pero detrás del telón, los mismos actores siguen escribiendo el libreto. La justicia sigue con mora, la policía sigue matando más de lo que protege, y el Congreso sigue siendo un club de compadres.

Cada reforma que anuncian es una señal de lo que no han hecho. Porque si algo necesita reformarse es porque lleva años fallando. ¿Quién dejó que llegara a ese punto? Ellos. Los mismos que ahora prometen arreglarlo.

La gente ya no quiere discursos. Quiere resultados. Y si este gobierno —como tantos otros— olvida eso, que no se sorprenda si en unos años vuelve a perder en la misma urna donde hoy celebró su victoria.

Porque el pueblo olvida lento. Pero cuando recuerda, cobra caro.

Por: Ann Santiago.





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