Cuando Cap Cana fue concebida, muchos la imaginaron como un proyecto turístico de lujo: piscinas infinitas, marinas espectaculares, campos de golf mundialmente reconocidos. Lo que pocos imaginaron fue que, dos décadas después, este ambicioso enclave se convertiría en lo que hoy es: una ciudad viva, con alma propia, tejida entre sueños de inversión y realidades cotidianas.
El Ironman 70.3 Cap Cana 2025 fue mucho más que una competencia deportiva: fue una radiografía humana, urbana y emocional de lo que Cap Cana ha logrado convertirse. Con la participación de más de 900 atletas de más de 15 nacionalidades, el evento se vivió en familia, con una energía colectiva que superó cualquier pronóstico. Atletas con sus hijos, esposas animando desde las aceras, amigos esperando en la meta, abuelos con banderas; el evento se transformó en una celebración de comunidad, no solo de resistencia física.
Más allá de la logística impecable y de los desafíos deportivos, lo verdaderamente asombroso fue cómo los propietarios y residentes de Cap Cana se apropiaron del evento, como si fuera parte de su cotidianidad. Muchos no tenían vínculo directo con los atletas, pero se sumaron con entusiasmo: ofrecieron apoyo en las rutas, saludaron a los competidores en las playas, decoraron sus hogares, y, sobre todo, respetaron cada regla del evento con un civismo admirable. Fue un fin de semana en el que todo Cap Cana se convirtió en un gran anfitrión.
Una comunidad que se siente
La mayoría de los atletas no llegó sola. Vinieron con sus familias. Vinieron con sus historias. Y eso transformó lo que podía haber sido una simple competencia en una vivencia de ciudad. Ver cómo los residentes interactuaban con los visitantes, cómo los niños locales se emocionaban con los corredores, cómo cada espacio –desde las calles hasta los restaurantes, desde las villas hasta las playas– se integraba al evento, fue un retrato real de lo que significa vivir en comunidad.
Cap Cana dejó de ser hace tiempo un proyecto turístico. Hoy es una ciudad que se siente. Una ciudad donde las personas se conocen, se cuidan, se organizan y se celebran mutuamente. Aquí hay colegios, hay niños jugando en bicicleta, hay actividades culturales cada semana, hay personas que trabajan, que emprenden, que educan a sus hijos dentro del mismo perímetro donde otros solo vienen a vacacionar. Y eso lo cambia todo.
El deporte como ancla de desarrollo
El Ironman 70.3 también es un ejemplo de cómo el deporte puede ser una poderosa ancla para el desarrollo urbano e inmobiliario. Este tipo de eventos no solo activa la economía temporalmente; también posiciona destinos, da visibilidad internacional y muestra que un lugar tiene la capacidad de acoger vida real, no solo turismo de paso. Cada atleta, cada familiar que acompañó, cada influencer que publicó, cada periodista que cubrió… dejó huella. Y muchos volverán, ya no como visitantes, sino como nuevos residentes o inversionistas.
Una economía que se movió en cada rincón
Durante ese fin de semana, la economía local se dinamizó visiblemente. La ocupación hotelera rondó el 90%, y fue notable la cantidad de visitantes en restaurantes, bares y comercios. La actividad se sentía en las calles, en las tiendas, en las playas. Desde marcas internacionales hasta pequeños emprendedores locales, todos encontraron una oportunidad de conectar con un público que llegó a Cap Cana para mucho más que una carrera.
Más que destino, ejemplo de planificación urbana
Cap Cana es también una muestra de que, cuando el desarrollo se planifica con visión a largo plazo, se pueden lograr resultados excepcionales. Infraestructura moderna, acceso controlado, sostenibilidad ambiental, espacios educativos, salud, recreación y conectividad digital se combinan para ofrecer no solo calidad de vida, sino un estilo de vida completo. El Ironman vino a confirmar que esta ciudad no solo está lista para recibir al mundo, sino también para ser ejemplo para muchos otros destinos emergentes en América Latina.
La ciudad detrás del paraíso
El Ironman fue el espejo que mostró a todo el país –y al mundo– que Cap Cana no es solo una postal de lujo: es un lugar donde se vive. Donde los residentes participan, donde las familias se establecen, donde la calidad de vida es real y diaria. Aquí no se viene solo a vacacionar; se viene a quedarse.
Cap Cana ha logrado lo que muchos proyectos turísticos persiguen sin éxito: convertirse en ciudad sin perder su esencia de destino. Y lo ha hecho con planificación, inversión, infraestructura… pero sobre todo con gente. Con vecinos. Con comunidad.
Porque en Cap Cana ya no solo se construyen villas. Se construyen vidas. Se construyen historias. Se construye país.
Por Joan Feliz