mar. Mar 18th, 2025


Carlos Gómez.

Hay nombres que emergen en la política como si fueran una piedra lanzada en un lago: primero el impacto, luego las ondas. Aparecen en titulares ambiguos, en denuncias sin pruebas, en comentarios lanzados como dardos envenenados. Carlos Gómez es uno de esos nombres. No es la primera vez ni será la última.

Estos días, entre la avalancha de declaraciones inflamadas, su nombre se deslizó de nuevo en los medios. Lo mencionaban con la ambigüedad del que insinúa más de lo que prueba. Su fortuna, su declaración patrimonial, su dinero. Como si tener dinero trabajado fuera un delito. Como si el problema fuera cuánto tiene y no cómo lo consiguió.

Porque si de números se trata, los números están ahí: visibles, registrados, accesibles. Su declaración jurada es pública. No hay cuentas en paraísos fiscales. No hay testaferros. No hay herencias misteriosas ni empresas de papel. No hay rastros de enriquecimiento ilícito. Todo claro, todo a la vista. Y quizás eso es lo que molesta.

Carlos Gómez no heredó su destino. Se lo hizo.

A los 14 años, cuando otros soñaban con escapar de su pueblo, él ya entendía el idioma del trabajo: la insistencia, el riesgo, la ganancia, la pérdida. Aprendió de sus padres. Aprendió en la calle. Aprendió en la vida.

No nació con privilegios. No tuvo padrinos. Se hizo solo, paso a paso, en un mundo donde pocos se hacen solos.

Antes de la política, hubo madrugadas de esfuerzo y noches sin dormir. Hubo suerte, sí. Pero también visión. Hubo apuestas ganadas y otras que salieron mal. Aprendió a negociar, a perder sin rendirse, a construir con paciencia. No hizo su dinero en la política. Lo hizo antes, cuando la política no le importaba.

Pero un día alguien lo vio. Carlos Morales Troncoso, líder del Partido Reformista Social Cristiano, pensó que Gómez tenía lo que hacía falta en la política. Le ofrecieron una candidatura. Antes de aceptarla, lo investigaron. En República Dominicana. En Estados Unidos. Revisaron cuentas, contratos, antecedentes. Buscaron una sombra, un error, una trampa. No encontraron nada. Solo a un hombre de trabajo con un alto grado de honestidad en sus negocios y bien documentado cada centavo.

Aun así, el hoy senador de la provincia Espaillat, entró en la política con la desconfianza de quien pisa terreno ajeno.

Perdió su primera elección a diputado. Lo golpeó la derrota, pero no lo derrumbó. Aprendió rápido. Volvió a intentarlo. Ganó. Y ganó otra vez. Se hizo un espacio. Se construyó un nombre.

Pero en política, el éxito no se perdona. Llegó al Senado. Y ahora suena para presidir la Cámara Alta. Eso, a algunos, les incomoda.

Porque no se avanza sin despertar rencores. Porque el que no debe favores es peligroso. Porque el que no se deja manipular se convierte en una amenaza. Hay quienes lo miran y quisieran verlo caer.

No lo atacan con pruebas, sino con insinuaciones. Como si no hubiera otros, demasiados, con fortunas imposibles de explicar. Como si no hubiera casas y autos a nombre de nadie. Como si no hubiera políticos que llegaron con los bolsillos vacíos y hoy viven como reyes.

Pero Gómez no oculta lo que tiene. No necesita prestanombres ni cuentas en la sombra. Su dinero está en su declaración jurada. Claro. Visible. Y eso es lo que molesta.
El precio de no deberle nada a nadie.

Desde el primer día, en política tuvo clara un objetivo: no entro a ella para buscar, sino para servir.

No necesitaba enriquecerse; ya lo había hecho con trabajo. No necesitaba padrinos; nunca los tuvo. No tenía que venderse; no le debía nada a nadie.

Desde cualquier posición, su misión ha sido la misma: contribuir al país, aportar al desarrollo de su gente, ser parte de la solución en lugar de sumarse al problema. Lo ha demostrado en el Senado. No con discursos grandilocuentes, sino con hechos. Ha impulsado proyectos de ley que benefician a los sectores más vulnerables. Ha defendido el interés ciudadano por encima de presiones políticas.

Pero en un país donde la honestidad es sospechosa, ser un político limpio tiene su precio.

Quienes están acostumbrados a ver a los políticos como mercaderes del poder no entienden a alguien que no se vende. Entonces lo atacan. Lo acusan sin pruebas. Lo cuestionan sin razones. Porque no soportan que alguien como él avance sin pagar peaje para aparecer en las encuestas.

Él no es de discursos altisonantes. No grita cuando no hace falta. No juega a ser víctima ni héroe. Pero sabe de dónde vienen los ataques y quién mueve los hilos.

Sabe que lo vigilan. Que lo esperan. Que no soportan verlo avanzar sin que les deba nada. Que les irrita no poder controlarlo.

“Soy yo quien elige a mis enemigos, no ellos a mí”, ha dicho.

Lo han intentado antes. Primero con dudas sobre su dinero. Luego con rumores sobre su vida personal. Después con acusaciones disfrazadas de preguntas. No han podido doblarlo. No han podido atraparlo porque no tiene sombra.

Porque hay cosas que no se compran. Hay trayectorias que no se fabrican. Hay personas que, aunque las rodee el ruido, siguen avanzando en silencio.

Entró en la política como servicio, no como negocio

En el Senado, Carlos Gómez no ha sido un legislador de escritorio ni de discursos vacíos.

Ha trabajado con proyectos concretos. Ha estado en el terreno, ha hablado con la gente, ha entendido sus necesidades. No se ha limitado a prometer; ha actuado.

Pero en política, la independencia es un pecado.

En un país donde muchos llegan a los cargos públicos para hacer negocios, ser alguien que no busca enriquecerse genera incomodidad.

A los que han hecho de la política un negocio les molesta que alguien llegue a servir y no a lucrarse.

A los que han hecho de los favores su moneda de cambio les irrita que alguien no les deba nada.

Y, sin embargo, avanza.

Porque Carlos Gómez no es de los que retroceden. No lo hizo antes. No lo hará ahora.

Se podrá estar de acuerdo o no con su forma de hacer política, pero lo cierto es que su honestidad no es negociable.

En tiempos donde la credibilidad de los políticos está en crisis, su trayectoria es la prueba de que sí es posible hacer política sin mancharse.

De que sí es posible avanzar sin traicionar principios.

De que sí es posible llegar al poder sin que el poder te corrompa.

Carlos Gómez no busca el poder para enriquecerse.
Si hoy algunos compañeros de su partido lo han considerado como el senador más idóneo por su imagen para obtener la presidencia del senado, eso no esta en su ruta, que es la verdadera causa de este alboroto en los medios de comunicación.
Carlos Gómez,
No busca cargos para alimentar su ego.

No busca favores para asegurar su futuro.

Está donde está porque trabajó para ello.

Y si mañana no estuviera en política, seguiría siendo el mismo hombre: empresario, trabajador, luchador.

No llegó para buscar. Llegó para servir.

Y en un país donde muchos llegan para lo contrario, esa es su mayor fortaleza. Y su mayor amenaza.
Pero ese es el precio que hay que pagar cuando se avanza.

Hasta el próximo artículo…

Por: Marino Berigüete.
Politólogo.





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