A 66 años del inicio de una pesadilla vendida como utopía, Cuba se desangra en la miseria, el exilio y la desesperanza, mientras sus verdugos siguen aferrados al poder con uñas ensangrentadas y discursos huecos. El régimen comunista, sostenido durante décadas a base de represión, propaganda y subsidios foráneos, sobrevive como un cadáver al que se niegan a enterrar, podrido, pero aún alzado por la demagogia de sus herederos y la indiferencia cómplice del mundo.
Miguel Díaz-Canel, simple administrador del desastre, designado por los verdaderos amos del Partido Comunista, representa la continuidad de un sistema que jamás funcionó, pero que ha sabido dominar el arte de la supervivencia parasitaria. De la URSS heredó la costumbre de pedir, nunca de producir. De Venezuela tomó el hábito de mendigar petróleo a cambio de médicos esclavizados. Y ahora, cuando Caracas ya no puede alimentar más a su huésped enfermizo, La Habana dirige su mirada hacia otros socios ideológicos dispuestos a sostener su miseria a cambio de ideología caduca y servilismo político.
México, con López Obrador como bufón útil del castrismo, ya ha abierto las puertas. Desde tribunas oficiales se canta loas a la «dignidad del pueblo cubano», mientras se cierran los ojos ante los presos políticos, las golpizas a disidentes, las madres que lloran a sus hijos fusilados en el Malecón de la historia. Lula Da Silva, por su parte, no esconde su simpatía por esa reliquia dictatorial, repitiendo el guion de solidaridad revolucionaria mientras en su propio país los pobres siguen siendo pobres y la izquierda se pinta de progresismo, pero actúa con complicidad tiránica.
Mientras tanto, el pueblo cubano resiste como puede. Hambre, apagones, inflación, colapso sanitario, y una censura que todo lo vigila. La emigración continúa siendo la única salida posible para millones de cubanos que han perdido la esperanza de ver un cambio desde dentro. A cada intento de alzamiento popular, la respuesta del régimen es la misma: represión brutal, encarcelamientos sumarios y silencio internacional.
¿Hasta cuándo durará esta tragicomedia de horror? ¿Cuánto más podrán soportar los cubanos sin libertad, sin futuro y sin voz? La revolución que prometía justicia terminó instaurando una de las dictaduras más longevas y crueles del continente. Un régimen sostenido no por el consenso, sino por el miedo. No por la eficacia, sino por la mentira. No por el progreso, sino por la represión.
Cuba no necesita más retórica, necesita libertad. No necesita más subsidios, necesita democracia. No necesita más “solidaridad antiimperialista”, necesita pan, derechos y verdad.
¡Basta ya de tiranía! ¡Que caigan las cadenas, que resucite la república, y que Cuba sea, al fin, libre!
Por: José Flandez.