En un mundo donde los discursos suelen adaptarse según las circunstancias, mantener una línea coherente a lo largo del tiempo se convierte en un acto poderoso de autenticidad y propósito. La figura del Papa Francisco es, sin duda, un ejemplo vivo de cómo la coherencia discursiva puede trascender generaciones, posicionándose no solo como líder espiritual, sino como un referente de comunicación con propósito.
Desde el inicio de su pontificado, el Papa Francisco dejó claro cuál sería su mensaje: humildad, cercanía, justicia social y defensa de los más vulnerables. A diferencia de otros líderes que modulan su narrativa según las presiones del momento, Francisco mantuvo una voz firme, sencilla y profundamente humana. Su discurso nunca estuvo sujeto a modas o coyunturas; fue sido una extensión de sus convicciones más profundas. Esa coherencia no solo fortaleció su credibilidad en vida, sino que garantizo que su legado comunicacional perdure incluso después de su muerte.
Aquí es donde las marcas, instituciones y líderes pueden encontrar una valiosa lección. En comunicación, la coherencia es el puente entre el propósito y la reputación. No se trata solo de decir lo correcto en un momento de crisis o en una campaña específica, sino de construir una narrativa sólida, alineada con los valores que se proclaman. Cuando una marca comunica desde el oportunismo, el público lo percibe; pero cuando lo hace desde la convicción, genera confianza, admiración y, sobre todo, trascendencia.
La coherencia discursiva es, en esencia, un acto de respeto hacia las audiencias. Es reconocer que las palabras son más que herramientas de persuasión momentánea; son compromisos públicos que definen la identidad de quien las pronuncia. El Papa Francisco entendió esto a la perfección: cada mensaje, cada gesto y cada silencio formaron parte de una comunicación estratégica, no en términos de marketing, sino de propósito.
Hoy, en el ámbito corporativo, se habla cada vez más de la comunicación con propósito, aquella que va más allá de vender productos o servicios, y que busca conectar con las personas desde valores auténticos. Sin embargo, este concepto pierde fuerza cuando no está acompañado de coherencia en el tiempo. No basta con sumarse a causas sociales en fechas específicas o emitir mensajes de responsabilidad social en tiempos de crisis; el verdadero impacto ocurre cuando las acciones y los discursos se alinean de manera constante, sin importar las circunstancias.
Como sostenemos en el Centro de Análisis y Estudio de la Comunicación (CAESCO):
«La comunicación con propósito es el compromiso de alinear cada mensaje, acción y estrategia a los valores esenciales de una organización, garantizando coherencia, autenticidad y un impacto social positivo. No se trata solo de comunicar, sino de hacerlo con sentido, con responsabilidad y con la convicción de que cada palabra debe reflejar lo que somos y lo que defendemos.»
El ejemplo del Papa Francisco nos invita a reflexionar: ¿están las marcas preparadas para sostener un mensaje más allá de las tendencias y los intereses inmediatos? ¿Tienen la valentía de construir una narrativa que, como en el caso de Francisco, hable por ellas incluso después de que cambien sus directivos, estrategias o contextos?
La coherencia no es solo una estrategia comunicacional; es la esencia de una identidad bien definida. Es la garantía de que, al igual que sucede con los grandes líderes que dejan huella, las marcas puedan ser recordadas no por lo que dijeron en un momento puntual, sino por el mensaje constante que defendieron a lo largo de su existencia.
Porque en comunicación, como en la vida, la verdadera trascendencia se alcanza cuando el discurso sigue hablando por nosotros, incluso después de que ya no estemos para pronunciarlo.
Por Mayrenilde Muñoz