Frisby no pagó un centavo. No pautó un anuncio. No contrató influencers. Y, sin embargo, ha protagonizado una de las campañas de defensa de marca más potentes del año. Una campaña que no salió de una agencia, sino del corazón de la gente. Una campaña que demuestra que cuando una marca ha hecho bien las cosas, su reputación puede ser su mayor activo comunicacional.
Todo comenzó con una noticia legal: una empresa española registró el nombre “Frisby” en Europa y proyecta abrir restaurantes bajo esa marca. Aunque Frisby Colombia había registrado su nombre años atrás, la falta de actividad comercial en esa región debilitó sus derechos. Lo que parecía ser una disputa técnica sobre propiedad intelectual, pronto se transformó en una causa emocional con tintes patrióticos.
Y es que Frisby, más que una cadena de pollo frito, se ha convertido en una marca país. Está tejida en la memoria afectiva de miles de colombianos. Desde celebraciones familiares hasta cenas rápidas de domingo, su logo, su sabor y su historia forman parte del ADN emocional de muchas generaciones.
Pero lo más interesante no fue la noticia legal, sino la respuesta del público. En cuestión de horas, las redes sociales se llenaron de mensajes de apoyo, de memes ingeniosos, de fotos con combos y frases como “Frisby es Colombia”. Una comunidad que no fue convocada se movilizó. Personas que no trabajan en la empresa, ni se benefician económicamente de ella, salieron a defenderla con pasión. Eso no lo consigue cualquier marca.
Y no solo fueron los consumidores. Otras marcas colombianas, que bien podrían ver a Frisby como una competidora más, también alzaron la voz en su favor. Porque en el fondo, el respeto entre marcas no se basa en la publicidad, sino en la reputación. Una empresa que ha sido ética, coherente, cercana y constante, gana el derecho a ser defendida incluso por quienes comparten su territorio comercial.
Frisby no tuvo que activar un plan de crisis. Su comunidad lo hizo por ella. Este fenómeno de comunicación orgánica es una clase magistral para quienes trabajamos en el mundo de la reputación y las marcas: la credibilidad no se improvisa. Se cultiva con los años, con cada producto bien servido, con cada promesa cumplida, con cada cliente que se siente escuchado.
Y aquí hay una gran lección: en una época donde todo parece depender de la pauta y el algoritmo, Frisby nos recuerda que las marcas no solo se construyen con marketing, sino con verdad. Cuando una empresa logra convertirse en símbolo de identidad, su reputación no necesita defensores contratados. Tiene embajadores naturales: sus propios consumidores.
Esta historia también nos hace reflexionar sobre el poder de la comunidad digital. No siempre es ruido y polémica. A veces, es calor humano. A veces, es patriotismo comercial. A veces, como en el caso de Frisby, es amor.
Entonces, la gran pregunta es: ¿tu marca tiene una comunidad que la defendería si estuviera en peligro? Si la respuesta es no, no se trata de buscar una mejor agencia, sino de construir una mejor relación con la gente.
Porque al final, cuando una marca hace las cosas bien, el país entero se convierte en su agencia. Y eso, queridos lectores, vale más que cualquier pauta.
Por Mayrenilde Muñoz