Los ilustrados dominicanos del primer tercio del siglo XX —entre los que figuran Manuel Arturo Peña Batlle, Joaquín Balaguer y Américo Lugo— mostraron un hispanismo pronunciado. Tenían la idea de que, para que la República Dominicana pudiera organizarse, necesitaba una guía firme en esa dirección, hasta el punto de que, gran parte de la obra de Trujillo correspondía a sugerencias que habría propuesto Lugo en su programa de gobierno. Asimismo, entendían que debíamos distanciarnos de Haití, principalmente porque, según ellos, nuestros vecinos han mostrado a lo largo de su historia un comportamiento que se asemeja a la época primitiva de la humanidad. El acercamiento entre dominicanos y haitianos siempre ha tenido como consecuencia una fuerte influencia de la cultura haitiana sobre la dominicana, lo cual, desde su punto de vista, impacta negativamente nuestras buenas costumbres.
Esta percepción se refleja, por ejemplo, en lo señalado por maestros de escuelas públicas del país, quienes afirman que los niños dominicanos suelen mostrar más indisciplina —o desobediencia— cuando interactúan con niños de nacionalidad haitiana.
Es comprensible: la historia de Haití ha estado marcada por la anarquía, el desorden y el caos. Si los padres han vivido bajo esas condiciones, es lógico que esas experiencias se manifiesten en la conducta de sus hijos. Y en esa socialización entre dominicanos y haitianos, nuestras costumbres también se ven afectadas.
El vudú, en particular, es una práctica ancestral haitiana en la que se conjugan un sinnúmero de rituales que, según muchos, recuerdan aquellas épocas en las que la humanidad se postraba ante los dioses del sol o la luna, realizando ceremonias que muchas veces derivaban en actos atroces.
Según el periódico haitiano Le Nouvelliste, ese país necesita exportar entre 50 mil y 200 mil ciudadanos al año para mantener una relativa estabilidad. Tras el desbordamiento del río Soliette, el devastador terremoto de 2010 y el magnicidio del presidente Jovenel Moïse, Haití ha quedado completamente desgastado. Este último hecho profundizó aún más la ingobernabilidad del país, dejándolo prácticamente en manos de pandillas. Ante esa situación, es comprensible que miles de personas huyan despavoridas buscando refugio en otros territorios. Evidentemente que por una cuestión geográfica, la República Dominicana está en desventaja, respecto a otros países de la región.
A lo largo del tiempo, ambos países han seguido caminos muy distintos. De ser una nación sumida en la pobreza y la miseria, la República Dominicana se ha transformado en la estrella del Caribe: el país que más crece económicamente en la región y que ha avanzado en múltiples aspectos. Hemos construido un país sobre la roca, con esfuerzo, inteligencia y dedicación. Mientras tanto, nuestros vecinos aún no han logrado organizarse ni diseñar un proyecto de nación que los unifique y les permita progresar.
Frente al colapso de Haití y el peligro que representa para la RD, la actitud del pueblo dominicano debe ser clara: cerrar nuestras fronteras y enarbolar, por todo lo alto, el interés nacional.
Por: Isaac Feliz.